Como Lázaro, el hombre evangélico de Betania que murió y fue resucitado por su amigo Jesús, el médico cirujano orizabeño Juan del Bosque se levantó de la “maldita enfermedad” —como él mismo la califica— provocada por el virus SARS-CoV-2, COVID-19 y hoy su milagrosa recuperación será documentada en un estudio que realizarán la Universidad Veracruzana y la Secretaría de Salud de Veracruz.
“Nunca perdí la conciencia, pero tampoco perdí la fe y tampoco perdí la esperanza ni la fuerza”, nos dijo a cibernautas en el espacio web “El Baldón de Cobián”, al hacer un recuento de cómo el virus ataca los pulmones, el sistema respiratorio, el sistema digestivo, el metabolismo, el hígado, los riñones y el páncreas y cómo vivió para contarla.
“Yo soy una historia que contar, gracias a Dios. Me han dicho los médicos que soy un caso que van a documentar y van a publicar. Mi recuperación fue milagrosa. Yo le digo a todos que fue gracias a las oraciones, que estoy impactado y agradecido eternamente, con tanta gente que hizo cadenas de oración. Muchos amigos me hablaron, me ponían videos, audios con sus niños chiquitos diciendo mi nombre y orando por mí. Fue algo tan satisfactorio para mí, tan fuerte, que me dio fortaleza y con eso pelee”, comentó al periodista José Miguel Cobián, moderador del foro en donde también participó el doctor Gonzalo Aranda.
Médico cirujano con 31 años de servicio, como lo señala su Fanpage Dr. Juan Del Bosque, el caso del galeno de la pluviosilla se viralizó durante el mes de julio cuando, en la cama de un hospital, familiares y amigos lanzaron una campaña de oración y para solicitar donadores de plasma hiperinmune O Negativo, de pacientes recuperados de COVID-19.
Su caso generó un comentario desafortunado en redes sociales del Delegado de Catastro en Orizaba, José Ramón Sánchez Hernández, quien le deseó la muerte, al comentar “ojalá se reúna pronto con su dios”, lo que fue severamente criticado. Más tarde, el funcionario tuvo que disculparse públicamente con la familia del Dr. Juan del Bosque.
Contagiado en el frente de batalla
Contagiado en el frente de batalla, en la lucha del día a día al atender a enfermos positivos de esta enfermedad, el doctor Juan del Bosque reconoce que el COVID-19 “nos tomó a toda la humanidad como El tigre de Santa Julia, con los chones abajo. No teníamos experiencia en este tipo de enfermedades”.
“Por eso, añade, también han salido muchas versiones de curaciones o de curas mágicas. Desde los remedios caseros de las abuelitas hasta cosas que son muy peligrosas para la salud, como algunas sustancias”.
“A mí me llamaron muchas veces para hacerme recomendaciones, pero con toda la buena intención que tenían yo siempre consulté con el médico tratante y a él le di mi confianza y eso es lo más importante”, destaca.
“No hay especialistas, porque van surgiendo muchas cosas: algunas personas les pega el hígado a otros una diarreíta. Se te va el gusto, el olfato, yo a todos los he calmado, porque ahora me he dedicado a dar asesorías virtuales, con bastantes buenos resultados”, expresa.
El médico orizabeño agradece vehemente, la acción comunitaria de oración por su salud y reconoce que aún no se recupera del impacto de la tecnología, que se volvió tan esencial en estos tiempos de pandemia.
“Yo adquirí el coronavirus al estar en el frente de batalla. Lo adquirimos en el frente de batalla. Yo soy médico cirujano. Estoy en contacto con todos los pacientes”.
“Nunca me rajé. Le entré de lleno. En determinado momento lo adquirí. Empecé a sentir dolores articulares, agotamiento, dificultad para respirar, dolor de cabeza, fiebre y después empecé a sentir una incapacidad para poder parado o sostenerme, por lo cual decidí a hacerme pruebas”.
“En un principio me negaba a pensar que tuviera esto. Las pruebas salieron positivas, pero cuando me hicieron la tomografía, hablé con un amigo mío, el doctor Eduardo Lázaro, un gran intensivista y le mandé las imágenes”.
“Admiro mucho la tecnología y gracias a ella observó los resultados y de inmediato me dijo: tienes que hospitalizarte ya”.
Comentó que normalmente los pulmones se ven oscuros, negros. De repente, cuando hay lesiones, se ven blancos.
“Mis pulmones estaban llenos de imágenes blancas, tanto de la base hasta la mitad y solamente se veía un poquito arriba. Empecé a saturar el oxígeno. El oxímetro nos mide el flujo del oxígeno en la sangre. En ese momento empecé a saturar oxígeno a un 70% y así andaba yo caminando”.
“Sentía molestia, pero me sentía súper héroe y quería seguir al frente de la batalla. El doctor me dijo: no, hay que hospitalizarse. Las manchas de la tomografía fueron cruciales”.
“En ese momento me hice la prueba que es la que le llaman PCR —siglas en inglés de Reacción en Cadena de la Polimera—, con un n hisopo que meten por la nariz y en la garganta. Eso tardó tres días, salió positivo”.
Deterioro y tratamiento
“Entré a un hospital, fui aislado. Fue una experiencia muy desagradable que marca la mente y la memoria de cualquier persona. Estuvimos aislados. Solamente entraba la persona que me atendía, un enfermero o enfermera, vestido con su traje, escafandra, googles… no tenían ni un pelo fuero del traje”.
“Empecé a bajar de oxigenación. Empecé a sentir asfixia, me sentía muy mal. Llegué a 60. Llegué a estar al 10 por ciento de función pulmonar. Yo sentía que me asfixiaba. Eso se le llama hipoxia, baja oxigenación en la sangre”.
“Llega poca sangre al cerebro, poca sangre al organismo y entonces esto provocó que este virus maldito atacara también a otros órganos de nuestro cuerpo, por ejemplo el páncreas. A mí se me subió la glucosa a 650. Estuve a punto de entrar en estado de shock hiperglisémico, se me desencadenó una diabetes ahí en ese momento”.
“Luego, también, el hígado empezó a fallar. Los riñones empezaron a quedar en insuficiencia y no trabajaban. Todo mi organismo estaba dañado y fue cuando los doctores hablaron con mi familia y conmigo”.
“Una neumóloga, el intensivista y una doctora hablaron con mi familia y conmigo: me dijeron que había necesidad de intubarme. Yo estaba consciente, aunque asfixiándome. Me aferraba a la bolsa reservorio, subía a 65, a 67 de saturación de oxígeno”.
El doctor Juan del Bosque dijo que sentía angustia, pero no miedo, hasta que le comentaron que lo iban a intubar. “Ahí sí sentí miedo, porque nosotros como médicos sabemos lo que es una intubación”.
“Yo, que siempre tenía las estadísticas en mi mano de cómo estaban los pacientes intubados, en ese momento lo digo aquí muy claro, le pedí a mi esposa que le hablara al Notario para dejar todo en orden y hablar con mis hijos, con mis hermanos y con la gente que me quiere”.
“Repito: nunca perdí la conciencia, pero tampoco perdí la fe y tampoco perdí la esperanza ni la fuerza. Yo dije: ahora le entro porque le entro. El doctor me decía: necesito de tu fuerza y nunca me intubaron”, aseveró.
“Al momento yo empecé a tener puntas y una mascarilla de reservorio. Llegué a tener dos tanques juntos y me los consumía en tres horas, tenía 30 litros por minuto con esos tanques”.
“Se apareció otro ángel, un buen amigo, que a solicitud del intensivista especialista, pidió un equipo que se llama de alto flujo, de flujo elevado y me conectaron un aparato a las fosas nasales y empecé ya no con 30 litros por minutos sino con 50 litros por minuto, al cien por ciento el oxígeno, con temperatura de 36 grados. Ese aparto evitó que me intubaran, junto con el manejo especializado”.
Explicó que le pincharon los brazos a más no poder. Sólo de un medicamento, el anticoagulante — enoxaparina — le aplicaron 80 dosis durante 40 días, uno por la mañana y otro por la noche. “Odiaba las jeringas, los piquetes, ahora son mis amigos”.
Además, le hicieron gasometrías en vivo y nunca perdió el conocimiento. “Me aplicaron plasma hiperinmune, gasometrías en vivo, en donde hay que atravesar el nervio con una aguja grande, luego entrar a la arteria y tomar esas muestras para llevar a un laboratorio”.
“Tomaron diario exámenes de laboratorio. Hay unos marcadores, por ejemplo la proteína C reactiva la tenía yo elevadísima. Tenía yo las transaminasas del hígado elevadísimas, se me disparó el colesterol, los triglicéridos, todo mi organismo se puso más loco que yo, más loco que mi mente”.
“Con el azúcar a 650 me pusieron insulina. Me ponían medicamentos como dexametasona. Recibí más piquetes que un alfiletero de abuelita. Creo que esto nos empezó a funcionar. En determinado momento el doctor me dijo que hacía falta el plasma”.
Tres ángeles con el plasma hiperinmune
“Gracias a mi familia, a mis amigos, la gente que me quiere, hubo una viralización para solicitar plasma porque acá el nenorro, el muñequito de aparador es O negativo. Había que conseguir Sangre 0 negativo, de pacientes recuperados de COVID con más de 30 días”.
“Imagínate: además de toda la normatividad que piden para donar sangre: no tener hepatitis, no ser diabético, no ser enfermos de otra cosa, fue un trabajo titánico”.
“Y de pronto se aparecieron cuatro ángeles que bajaron del cielo y lo digo de corazón, a quienes les agradezco, porque les debo la vida. Aparecieron estos ángeles gracias a la ayuda de mucha gente, porque la solicitud se viralizóen redes sociales”:
“Me aplicaron plasma. Se llama plasma hiperinmune, con personas que ya han tenido el COVID-19, que ya tienen anticuerpos. Era como pasarle soldados a mi sangre, para atacar el virus. Necesitaba tres dosis. Luego, antibiótico”.
Tocilizumab de 28 mil pesos
El médico que lo atendía le recetó “Tocilizumab”, un medicamento que ha dado buenos resultados para contener la inflamación de los pulmones.
“Me urge porque en tu caso nos va a servir”, me dijo. “¿Tienes a alguien que lo pueda conseguir?”, añadió el médico.
“Un amigo me dijo que lo podía conseguir en 48 horas. Yo le contesté que lo quería en 28. A través del WhatsApp anotó que costaba 28 mil pesos. Ah caray, le contesté, pues sí está caro, pero no importa. Le dije, mándame las 14 y pues son 28 mil pesos, ni modo. En un rato van y te depositan. Eran las 2 de la tarde. Le dije ahorita veo de dónde consigo y te pongo los 28 mil pesos”.
“De pronto, en el chat me puso muchos signos de interrogación. Le dije: ponme la cuenta. Me añadió: doctor, son 28 mil cada ampolleta. Yo necesité 14”.
El galeno orizabeño dice que tuvo que hacer uso de los ahorros de su empresa y pedir prestado para conseguir las catorce cajas de tocilizumab.
“Gracias a muchos amigos sí llegó el medicamento en 30 horas. Después del plasma empezó el medicamento, sentí una mejoría y esto impidió que me intubaran”.
Añadió que “esta maldita enfermedad, que es causada por un tipo de coronavirus, el COVID-19, que es primo hermano de otros que ya conocíamos antes, ataca a las personas de manera diferente.
“Esto explica por qué algunas personas nada más pierden el olfato, otras el gusto, unas más sienten un leve dolor de cabeza y a otros un poco de diarrea”.
“Hay gente a la que se le va el hambre, a mí nunca se me fue el hambre, yo siempre comí como un marrano todo el tiempo y aun así perdí 15 kilos y la barba que prometí quitármela después de 28 años. A cada persona le da distinto. No todos los casos son iguales”.
Sin secuelas graves
A pregunta expresa de José Miguel Cobián, el doctor Juan del Bosque comentó que la única secuela que le quedó fue la del páncreas, la deficiencia insulímica, ya que el azúcar todavía la tiene sobre 120, 115. “Mi amigo el doctor Lázaro me dice que debo llegar a 100. Esa es la única secuela”.
“Por eso muchos médicos están admirados, por la rapidez de mi recuperación y porque no hay secuelas hepáticas. Inclusive seré sometido a un estudio por parte de la Universidad Veracruzana, mi alma mater, y por la Secretaría de Salud de Veracruz. Me pidieron amablemente ser un voluntario para hacer un estudio epidemiológico y de documentación para tomar experiencia y poder atacar esta enfermedad”, asentó.
Trabajo realizado con el apoyo de: Journalism Emergency Relief Fundhttps://newsinitiative.withgoogle.com/journalism-emergency-relief-fund